Ibiza, el refugio de la música

Por Pablo Sierra

A finales de los sesenta, la onda expansiva del amor hippie cruzó el Atlántico para atracar en las costas de Europa. Ibiza fue uno de los epicentros de un terremoto que quiso cuestionarlo todo y que a pesar de no cambiar casi nada sí configuró estéticamente a las siguientes generaciones. Empezando por el oído. Rock, folk, psicodelia, funky, punk, reggae, disco. Una macedonia de sonidos que pusieron banda sonora a una isla que se convirtió en refugio y fuente de inspiración para muchos artistas hasta entrados los años noventa.

La piel nívea de Christa Päffgen contrastaba con la oscuridad de una voz que iluminó a los que eran vanguardistas hace medio siglo. Un timbre profundo que procedía de unos labios carnosos, voluptuosos. La belleza apabullante de esta alemana podía congelar a través de su mirada gélida a quienes la convirtieron en musa.

Andy Warhol fue el primero en quedarse helado bajo un embrujo que también cautivó a los miembros de The Velvet Underground. El panorama del pop-rock internacional no tardaría en rendirle culto. Nico fue el apelativo artístico con el que bautizaron a Christa; cantautora, modelo y actriz de apariencia delicada que se hartó de conquistar corazones rebeldes. Ibiza fue el remanso de paz que anhelaba. Le gustaba recorrer en bicicleta los caminos rurales de la isla y así encontró la muerte. El 18 de julio de 1988, mientras pedaleaba con su hijo, cayó fulminada por un infarto. En la caída, se golpeó la cabeza con una piedra y sufrió una hemorragia cerebral. En su entierro la despidieron unos pocos amigos mientras sonaban sus canciones en un radiocasete.
La artista que siempre tuvo una grata relación con Dios y con Ibiza fue Nina Hagen, otra alemana que encandilaba al respetable con unas performances que elevaron la extravagancia del punk operístico a otro nivel.

Experimentando con el LSD, Nina experimentó una suerte de epifanía que marcó su destino. Tenía diecinueve años cuando escuchó una voz masculina que le musitó: “Nina,estoy aquí. Yo te ayudaré”. Su dogma consistió desde entonces en una mezcla de religión, espiritismo y una fervorosa creencia en los extraterrestres. La madre del punk decidió contraer matrimonio en Ibiza en 1987 con un chaval llamado Iroqua. Ella tenía entonces 34; él justo la mitad; ella se casó con una cascada pelirroja desparramándose sobre su espalda; él iba tocadocon una cresta mohawk. El festejo se coronó con una celebración salvaje del amor en Benirrás, algo que solamente conocen los privilegiados que asistieron a la boda más bizarra de cuantas se han celebrado en la isla.

No se olvidan, sin embargo, los recitales que Grace Jones ha dado en Ibiza en dos épocas muy diferentes. La jamaicana había sido la reina de Nueva York a finales de los setenta y, diez años después, en la cúspide de su carrera, actuó en Ibiza. Jones era –y sigue siendo– un animal exótico. En 1988 se ganó al público de KU con un show de música disco en el que vistió algunos de esos modelos que han influido a divas actuales como Lady Gaga o Rihanna.

El físico de Jones –una escultura andrógina tallada en ébano y espigada como un ciprés– no pasaba desapercibido cuando se movía por la isla. Icónica es la imagen en la que la cantante, modelo y actriz le saca la lengua a la cámara de Carles Ribas mientras pasea por la playa en compañía de Tony Pike. Tan popular fue Grace Jones en Ibiza que reventó Space en 2009 cuando se decidió a barrer el escenario de este templo musical haciendo honor al título del álbum que cerró veinte años de silencio: Hurricane.

Otro que tampoco quiso perder la oportunidad de dejarse tostar la piel por el sol ibicenco fue Jimmy Page, un virtuoso de la guitarra que lideró una de las bandas más influyentes del hard rock mundial: Led Zeppelin.
Se disolvieron en 1980 tras la trágica muerte del batería John Bonham, pero Page siguió volando en solitario. Cinco años después, llegaron a sus oídos los cantos de sirena procedentes de Ibiza, que le arrastraron hasta el Sun Power Festival, una idea que parecía buena pero que fracasó comercialmente.

Acompañado por Chris Squire –bajista de Yes– y por el adolescente Jason Bonham –hijo del batería de Led Zeppelin–, el genio de Heston improvisó tres temas para el gozo de una exigua concurrencia que no llegó a llenar el Hipódromo de Sant Rafel.

Otro mago de la guitarra que atracó en Ibiza fue Eric Clapton. Literalmente. El líder de Cream puso rumbo al puerto de Vila desde Cannes en agosto de 1977.
El escenario de la plaza de toros de Vila le esperaba. Una tormenta estuvo a punto de hundir el yate del inglés. Las aguas del Mediterráneo parecen mansas, pero resultan traicioneras. Los que cada vez que ven El lobo de Wall Street y sufren mientras Scorsese hace naufragar Di Caprio camino de la Costa Azul lo saben. Dicen que la embarcación de Clapton cabeceó como un fanático de heavy metal en un concierto, que la travesía fue un amasijo de gritos. El quinto Beatle, como le apodaban después de birlarle la novia a George Harrison, 25 pudo vivir para contarlo, cantar y rasguear su Fender en la isla blanca.

Más tranquila fue la estancia de Frank Zappa, una de las estrellas que pasaron por Ibiza ‘92. Su visita fue rápida, fugaz como un cometa que deja a su paso una estela imborrable antes de desaparecer. Zappa moriría cuatro años después de haberse dejado ver en Ibiza –un cáncer de próstata se lo iba a llevar en 1993–, pero sus impresiones sobre la isla aún permanecen en la memoria de todos. Se le puede ver en una fotografía que le inmortalizó apuntando con su dedo el peñón des Vedrà, al tiempo que dejaba una frase para el recuerdo:“Ibiza es una isla fantástica, aquí el sexo brilla más que el sol”. Razón no le faltaba a este renacentista contemporáneo.

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