Cuando Montserrat conoció a Freddie

Por Pablo Sierra
Fotos por cortesía de Juan Suárez

A mediados de los años ochenta, España estaba despegando hacia la modernidad. El sprint para aprovechar las oportunidades que prometían los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla se había lanzado. La música –e Ibiza– no iban a quedarse atrás. Pino Sagliocco, un italiano que se había escapado siendo un niño del pueblo del Mezzogiorno en el que nació para convertirse a principios de los ochenta en uno de los promotores más osados a nivel mundial, estaba en la isla entonces. En el lugar y momento apropiados, Sagliocco se inventó Ibiza’92. “La grandeza de Pino Sagliocco es pensar a lo grande, más allá y más lejos que el resto de los humanos. Eso le hace único e irrepetible”, dice Juan Suárez, uno de los colaboradores con los que contó para levantar un festival que reunió entre 1987 y 1990 en la discoteca KU a Grace Jones, Spandau Ballet, Duran Duran, el clash Mick Jones, Chris Rea, El Último de la Fila, Hombres G, Ramoncín y, aunque no actuó, a Frank Zappa, que profetizó, charlando amigablemente con los periodistas y melómanos que se le acercaban, los cambios que se producirían en la industria cultural y que él no llegó a ver debido a su prematura muerte en 1993. Zappa demostró que en Ibiza “las estrellas se relajan porque desaparece la influencia de su entorno, que son los que ponen trabas”.

Así opina Suárez, que antes de Ibiza’92 ya se había subido al escenario de la discoteca de Sant Rafel para presentar el show que promovió Sagliocco de un tal James Brown. El rey del funky estaba “en el ocaso” de su trayectoria y, aunque hizo sufrir a los organizadores con sus extravagancias, la musicalidad que transpiraba por los cuatro costados el padrino del soul regaló al público “un concierto muy divertido”.

Suárez fue locutor radiofónico y después trabajaría como director comercial en Diario de Ibiza. Antes de conocer a Sagliocco en la movida de KU, este canario que había llegado a la isla en 1975 vivió de cerca los intentos por traer a estrellas de la música internacional a la isla a finales de esa década: “Unos promotores locos y soñadores, entre los que se encontraba José Pascual, lograron hacer varios conciertos en la desaparecida Plaza de Toros: Eric Clapton, Thin Lizzy y Bob Marley. Tenía que venir Isaac Hayes, el rey del soul sinfónico de la época, pero al final se canceló el concierto y no hubo continuidad”. Los problemas para atraer al público local que habían sufrido esos recitales no desanimaron a Sagliocco. Si en agosto del 86, estando Madrid vacío había conseguido meter a 25 mil personas en el estadio de Rayo Vallecano para ver a Queen con una promoción a contrarreloj que incluyó una entrevista a Freddie Mercury en Informe Semanal, embarcarse en aquella aventura ibicenca no le asustaba. Empezó pegando duro. El napolitano hizo de celestino para que Mercury conociera a la diva operística que le tenía obsesionado: Montserrat Caballé. Cuando lo consiguió, subió la apuesta. 

Convenció a ambos para que grabaran el vídeoclip de Barcelona, un hit que fusionaba el rock total de Queen con el bel canto de la soprano catalana, en la primera edición de Ibiza’92. Después repetiría la jugada mezclando el jazz con el flamenco – dos géneros que, como la ópera y el rock, adoran fusionarse– que cantaba Camarón de la Isla, toca Tomatito o baila Joaquín Cortés.

El anhelo de Sagliocco sucedió el 30 de mayo de 1987, fue filmado por las cámaras de Televisión Española, reunió a dos mil personas y la producción alcanzó los 300 millones de pesetas, un montante nada despreciable para la época (equivalía al sueldo anual de tres futbolistas estrella del Real Madrid o del
FC Barcelona, por ejemplo). Caballé, como escribió el cronista Jacinto Antón en El País, se dejó coger la mano por un Mercury vestido de smoking y la imagen entró en la historia de la música, primero, y del deporte, después: la canción sería cinco veranos después el himno de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

En un tiempo en el que Internet aún era una entelequia, recuerda Suárez que “había que ir a Londres, Madrid, Barcelona, Los Ángeles o las capitales de moda para contratar a los grandes artistas. Las gestiones y contratos se hacían por telex [nota para millenials: el télex, o teletipo, era un aparato que permitía enviar mensajes mecanografiados, una fusión analógica entre el telégrafo del Diecinueve y el WhatsApp del Veintiuno que, hace treinta años, les venía muy bien a los corresponsales de guerra y a los promotores de eventos culturales para enviar crónicas o contratos a la otra parte del mundo] luego por fax y por teléfono.

Pero la presencia del promotor era importante porque era el que daba credibilidad y garantías económicas y de visibilidad al proyecto”. La producción técnica fue también un reto. A finales de los ochenta, organizar un festival en la isla –iniciativas como Sueños de Libertad son un ejemplo reciente– era mucho más caro y complejo que hacerlo en la península. “Montar un espectáculo en la isla te cuesta diez veces más trabajo, dinero, pasión y esfuerzo que en otra parte del mundo. Entonces no había empresas que tuviesen equipos potentes de luz y sonido en la isla para alquilar lo necesario para un concierto. Esto obligaba a traer amplificadores, luces y todo el equipo de fuera y complicaba muchísimo cualquier actuación. Había que recurrir al playback en ocasiones, especialmente cuándo se grababa para la televisión, por las tomas repeticiones y demás. Y algunos artistas lo imponían y les gustaba”, dice Suárez.

Sin embargo, considera Suárez que el resultado, “transgresor audiovisual y musicalmente”, de Ibiza’92 valió la pena: “La isla era conocida entonces como un destino de turismo familiar y de marcha, en Sant Antoni, para los británicos. La retransmisión a nivel internacional de los festivales y la cantidad de artistas internacionales que actuaron generó una nueva corriente que convirtió a la isla en un destino de música y entretenimiento. Pino Sagliocco plantó la semilla de lo que es hoy en día Ibiza: la meca de la música electrónica mundial”.

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